La descripción por Júlia Nateras, Aina Vinzi e Iker Viñuelas
El otoño es una muy bella estación.
Los bosques pintados con el color del ocaso, con tonos rojizos apasionados y
naranjas ardientes hacen del paisaje un deleite para nuestra vista, muy por
encima de lo que nos podríamos imaginar o desear.
Imaginaos un bosque en la flor y nata
del otoño, todas las hojas pintadas con la característica paleta otoñal: incandescentes
anaranjados, soñolientos carmesís y escarlatas y dorados, para darle el toque
final. Los troncos de los árboles de un oscuro marró no son muy gruesos, pero sí
perfectos para mecerse con la fría y húmeda brisa que sopla, que nos cala en lo
profundo de los huesos y nos mece de frío a nosotros también. El bosque está
dividido por unas vías de ferrocarril que, de tan antiguas, se han quedado de
color cobre, con los oscuros tablones de madera enmohecidos por debajo. La vía,
al igual que todo el subsuelo, está cubierta de hojas. Son tantas las que están
esparcidas por el suelo que parecen una gruesa alfombra de terciopelo rojizo.
Dándote la sensación de ser un camino para irse y no volver. En el entorno,
solo se hacen oír los pájaros, que gorjean una dulce melodía sin compás. Es tal
la magia, que parece irreal, ni más ni menos sacado de una novela de fantasía como
las que me encanta leer.
Júlia Nateras 1º ESO
En este cuadro del colombiano Fernando Botero podemos ver a una pareja bailando. El hombre es grande y obeso, con los ojos ligeramente cerrados y sus cejas definidas y ovaladas. Tiene unos pómulos muy grandes y marcados, al contrario de su pequeña nariz y sus labios diminutos y finos acompañados de una peca oscura y gruesa al lado izquierdo de su faz. Su bigote es pequeño, pero a la vez vistoso que le hacen resaltar sus labios. Lleva un traje negro y ajustado con una camisa extremada de color rosa y una corbata con rayas naranjas. Él está bailando con una mujer cogiéndola por su muñeca y con la otra mano la abraza por el dorso.
La mujer también es obesa y baila al
compás de… ¿un posible tango? Tiene el pelo negro, largo y decorado con una
diadema del mismo color que el lazo que lleva atado a la parte trasera del
vestido rojo y de tirantes. Al final del vestido podemos apreciar el detalle de
unos pliegues naranjas. Para acabar,
lleva unos zapatos marrones que
complementan el conjunto.
En el cuadro también podemos ver los
detalles de una cortina naranja con flores rojas como el color de las uñas de
la mujer, unas pequeñas luces de diferentes colores que iluminan a la pareja y
en el suelo se ve una botella vacía y colillas de cigarrillos que indican el
paso de otras personas.
Aina Vinzi 1º ESO
Ellos me pisaban los talones, recorrí todos los pasillos
del templo sin encontrar una salida. Finalmente encontré una puerta gigantesca
forjada con oro, estaba abierta, entré lentamente y ante mí se encontraba una
diosa, lo más pulcro que haya existido.
Su cabello tenía un tono castaño como la miel y el otoño
en estado puro. No me resistí a tocar su
sedoso cabello, al hacerlo sentí como si mi mano estuviera encima de una nube,
ella seguía sin moverse, me perdí en su mirada, con esos ojos pardos como el
pelaje de un ciervo en media tarde, cuando la luz endeble del sol es reflejada
en él. Sus ojos estaban acompañados de unas perfectas comisuras semejantes al
coser de la modista más minuciosa; abajo unos pómulos mágicos e inexplicables.
Labios carnosos perfectos al besar. Hoyuelos como las dunas del Sahara, unos
carrillos tan finos como el hablar de un francés. Vestía una…
-Señor Argent, necesito que me cuente qué le pasó a esa
mujer.
-Todo concurrió muy deprisa, solo recuerdo que la
atravesó una flecha. Entonces caí
desplomado en el suelo, lo último que vi fue su rostro.
Iker Viñuelas 1º ESO
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